lunes, 10 de octubre de 2011

El átomo de Bohr

“Descubierta a mediados del siglo XIX, la espectroscopia ya había producido muchos sueños.  En Nuestro amigo común (1864), Dickens preconizaba el empleo de un `espectroscopia de la moral´ para saber si los habitantes de  un planeta, en vista de la luz que emiten, son buenos o malos. … Ernest Rutherford, en Cambridge, a comienzos del siglo XX se preocupó por la estructura de los átomos. La complejidad de los espectros luminosos llevaba a imaginarlos muy complicados, y sólo muy progresivamente se descubrió la existencia de un núcleo a cuyo alrededor, como microplanetas, giraban  ágiles electrones.
   Fue Niels Bohr, joven danés que apenas acababa de terminar su tesis – como si dijéramos un intruso, porque no venía ni de Berlín ni de Cambridge-, el que tendría la originalidad de pensamiento necesaria para imaginar otro átomo. A comienzo de enero de 1913, se enreda en cálculos espantosos que muestran que el átomo de Rutherford no tiene buen sustento. El 8 de marzo publica el artículo revolucionario en el que es presentado el  triunfalmente el `átomo de Bohr´, que garantizará su gloria.  En menos de un mes Bohr muestra que el átomo de Rutherford puede ser `cuantizado´ a la manera de Planck, si se admite que los electrones se encuentran en niveles de energía bien precisos, y que la diferencia de energía, cuando esos electrones pasan de un nivel a otro, es convertida en luz de longitudes de onda bien definidas”. (Witkowski, 2007, p. 223)
Texto extraido de: Witkowski, N., 2007, Una historia sentimental de las ciencias,  Bs.As., Argentina: Siglo XXI.